Días que no vuelven
Hoy se ve más tangible lo que hace 4 años era solo parte de un proyecto de vida. Uno que veíamos muy lejano.
Este semestre se ha reducido a unas cuantas semanas de clases entre los puentes obligados, los días festivos y los virus mutantes; asi que he tenido bastante tiempo para recordar lo que solíamos ser en ese entonces cuando nos conocimos.
Eramos 15 en un enorme salón con un ventanal y terraza, siempre hemos estado en salones grandes y nunca hemos entendido por qué, pero nos hemos acostumbrado al eco infinito de los techos altos y al frío eterno que los muros de tablaroca no puede aislar. En esa época cruzabamos pocas palabras y algunas miradas retadoras y entonces creí que me encontraba en el lugar equivocado. Yo debía estar lejos, en una universidad de bibliotecas enormes y centros de edición, donde hubiera menús en los desayunos y una gran cineteca. Pero la realidad me empezó a golpear día tras día; yo no era más que parte de aquellos 15 que volteaban la mirada al ventanal en las clases de la 1:00 p.m. suplicando clemencia.
Con el paso de los meses comenzamos a ser menos y a odiarnos más. Fueron solo algunos momentos y algunas clases las que nos unian en instantes y al siguiente mes todo volvía a ser como al principio.
Pero un día, comprendimos que nos unian nuestros sueños y esos fueron dificiles de separar. Pasabamos horas en nuestro cuarto oscuro improvisado (la cabina de radio), tratando de poner el rollo en el caracol para revelarlo, entonces en medio de la oscuridad cantabamos y hablabamos como si nos conocieramos de toda la vida; fué ahi donde aprendimos a pintar con luz.
Con el tiempo todo cambia, terminas siendo parte de una nueva familia con la que convives 35 horas a la semana durante 4 años, te aprendes de memoria el porqué cada uno termino ahi estudiando comunicación, conoces los miedos, los sueños, las parejas y en general la vida más intima de todos ellos. Son ellos con los que lloras, ríes, repruebas, apruebas, concoces y te frustas profesionalmente. Me di cuenta que en ese lugar, todos nos hablamos por nuestros nombres. que no somos un número en la lista y que cada clase es muy cercana. Que algunos de los mejores maestros por alguna extraña razón que desconozco, cayeron en nuestra escuela y en nuesto salón, que extraño a los que se fueron y nunca volvimos a saber de ellos.
Que Son estos ultimos días de clases los que trato de disfrutar pero ya no puedo. Porque nada se compara a los primeros días, semanas y meses en que nos conocimos.
En un mes todo eso se termina. Ahora somos seis. Chio, monica, karina, toño, omar y yo. Seis que en un mes nos despedimos en el mismo lugar en el que nos encontramos hace casi cuatro años.
Este semestre se ha reducido a unas cuantas semanas de clases entre los puentes obligados, los días festivos y los virus mutantes; asi que he tenido bastante tiempo para recordar lo que solíamos ser en ese entonces cuando nos conocimos.
Eramos 15 en un enorme salón con un ventanal y terraza, siempre hemos estado en salones grandes y nunca hemos entendido por qué, pero nos hemos acostumbrado al eco infinito de los techos altos y al frío eterno que los muros de tablaroca no puede aislar. En esa época cruzabamos pocas palabras y algunas miradas retadoras y entonces creí que me encontraba en el lugar equivocado. Yo debía estar lejos, en una universidad de bibliotecas enormes y centros de edición, donde hubiera menús en los desayunos y una gran cineteca. Pero la realidad me empezó a golpear día tras día; yo no era más que parte de aquellos 15 que volteaban la mirada al ventanal en las clases de la 1:00 p.m. suplicando clemencia.
Con el paso de los meses comenzamos a ser menos y a odiarnos más. Fueron solo algunos momentos y algunas clases las que nos unian en instantes y al siguiente mes todo volvía a ser como al principio.
Pero un día, comprendimos que nos unian nuestros sueños y esos fueron dificiles de separar. Pasabamos horas en nuestro cuarto oscuro improvisado (la cabina de radio), tratando de poner el rollo en el caracol para revelarlo, entonces en medio de la oscuridad cantabamos y hablabamos como si nos conocieramos de toda la vida; fué ahi donde aprendimos a pintar con luz.
Con el tiempo todo cambia, terminas siendo parte de una nueva familia con la que convives 35 horas a la semana durante 4 años, te aprendes de memoria el porqué cada uno termino ahi estudiando comunicación, conoces los miedos, los sueños, las parejas y en general la vida más intima de todos ellos. Son ellos con los que lloras, ríes, repruebas, apruebas, concoces y te frustas profesionalmente. Me di cuenta que en ese lugar, todos nos hablamos por nuestros nombres. que no somos un número en la lista y que cada clase es muy cercana. Que algunos de los mejores maestros por alguna extraña razón que desconozco, cayeron en nuestra escuela y en nuesto salón, que extraño a los que se fueron y nunca volvimos a saber de ellos.
Que Son estos ultimos días de clases los que trato de disfrutar pero ya no puedo. Porque nada se compara a los primeros días, semanas y meses en que nos conocimos.
En un mes todo eso se termina. Ahora somos seis. Chio, monica, karina, toño, omar y yo. Seis que en un mes nos despedimos en el mismo lugar en el que nos encontramos hace casi cuatro años.